Viaje a Navarra

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Para explicar por qué este fin de semana he estado en Navarra visitando una carretera primero necesito hablaros de Feliciano.

Feliciano fue uno de tantos asturianos que a principios del siglo XX decidió dejar Asturias para emigrar fuera. Era esa época en la que cruzar el Atlántico parecía más sencillo que cruzar el puerto de Pajares, y eran muchos los que se iban a intentar hacer las Américas. Feliciano decidió probar suerte y emigrar a México. En Asturias dejó a su mujer, Josefa, con dos niños pequeños.

En principio, la idea era que Feliciano consiguiese trabajo y ahorrase durante unos años para luego regresar a casa. De haber seguido el plan inicial, Feliciano quizá hubiese acabado sus días viviendo en una casona señorial con palmeras, una de esas de estilo indiano que se ven por la costa cantábrica. No fue el caso: a su llegada en 1910 se incorporó a la revolución mexicana. Volvió a casa tras varios años, sin un duro y rojo perdido. Se involucró en el incipiente movimiento comunista asturiano.

Más de veinte años después, cuando el ejército de Franco entró en Asturias, fueron a buscar a Feliciano a casa para llevarlo al cuartel. Josefa, su mujer, fue corriendo a pedir ayuda a una familia de derechas del pueblo a la que le vendía leche para pedirles que intercedieran por su marido. Gracias a Josefa, Feliciano se salvó del paredón, aunque no de la paliza que le dieron en el cuartel. Dos de sus hijos, Ángel y Segundo, fueron condenados a trabajos forzados. Segundo era mi abuelo. Nunca supimos qué había sido de él durante esos años. Hasta ahora.

Hace un tiempo me dio por buscar datos o testimonios sobre las historias familiares que había oído contar a mi padre. A quien yo buscaba era en realidad a mi bisabuelo Feliciano: creíamos que había sido apoderado del PC en alguna de las elecciones durante la República; quizá su nombre figurara en algún archivo o en alguna noticia local de hemeroteca. No encontré nada sobre Feliciano. A quien encontré fue a mi abuelo Segundo. Un libro publicado en 2006, «Esclavos del franquismo en el Pirineo», relataba la historia de los batallones de trabajos forzados destinados en el Pirineo navarro. Dos mil prisioneros antifranquistas construyeron una carretera de montaña que une los pueblos de Vidángoz e Igal, en condiciones de esclavitud, donde el hambre y las ejecuciones arbitrarias eran frecuentes. El libro reproducía los listados con los nombres de los prisioneros: Batallón 106, Segundo Álvarez Alonso, Moreda de Aller.

Segundo pasó tres años en el batallón de trabajos forzados. Al término de los tres años, regresó a casa para encontrarse con una citación que lo convocaba de nuevo a incorporarse a otro batallón de trabajos forzados. La oficina de Oviedo en la que tenía que presentarse tenía dos plantas: una, para los prisioneros de campos de trabajo; en la otra, se reclutaban voluntarios para alistarse en la legión. Cualquier cosa antes que volver al batallón: se alistó en la legión. Pasó tres años destinado en África. Cuando finalmente volvió a casa y a su trabajo en la mina habían pasado diez años entre los años en la guerra, el tiempo en el campo de trabajos forzados y su estancia en África. Tenía 29 años. Los mismos que tengo yo ahora.

Segundo nunca dijo dónde había estado. Murió siendo mi padre joven y eran temas de los que no se hablaba. «Estuve en un sitio muy malo», fue todo lo que consiguió arrancarle. Estos días se cumplen cien años del nacimiento de Segundo, así que decidimos hacer un viaje familiar para visitar la carretera. En un lado, mirando sobre el valle, hay un monolito con una placa conmemorativa: «A los 2000 prisioneros antifascistas que abrieron esta carretera».

Nunca hubo reparación o reconocimiento público alguno.

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